El fiscal pide 21 años de cárcel para Pedro 'El Karateka', acusado de asesinar a uno de sus lugartenientes por haberlo engañado, y de ordenar que lo descuartizaran
RICARDO FERNÁNDEZ MURCIA/ La Verdad
RICARDO FERNÁNDEZ MURCIA/ La Verdad
Pedro S.G., más conocido en ámbitos policiales como Pedro El Karateka, El Kung-Fu o El Macarra, es un tipo de cuidado. Con él no valen las bromas. Mucho menos las traiciones. Dicen quienes se precian de conocerlo, fundamentalmente los policías y guardias civiles que le han seguido la pista desde hace años, que las cuentas sólo las considera ajustadas cuando media una pena de muerte. No existen para él, sostienen, las condenas intermedias. Y eso vale tanto para sus rivales como para sus aliados, para miembros de organizaciones criminales o agentes de las fuerzas del orden, para los presos con los que ha compartido patio o para los magistrados que le han mandado entre rejas. Incluso para abogados que lo han defendido. Si se siente engañado, no olvida. Y espera el momento en que, como César redivivo, con un leve gesto del dedo pulgar pueda decidir sobre la vida o la muerte.
Tal es la descripción que en ámbitos policiales, judiciales y penitenciarios se hace de Pedro El Karateka, en algunas de cuyas fichas aparece calificado como «extremadamente peligroso». Hay que decir, sin embargo, que buena parte de ello más parece basarse en impresiones personales, o en informaciones sin base suficiente como para ser respaldadas por un tribunal, ya que hasta el momento no figura antecedente penal alguno en su contra por delitos de sangre. Si policías o guardias civiles han intentado antes imputarle algún crimen -la Policía llegó a levantar todo el suelo de su chalé de El Palmar en busca de un cadáver que nunca apareció-, hasta hoy no lo han podido probar.
Con tal grado de consideración hacia su persona, no es de extrañar que los agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil lo situaran como sospechoso número 1 cuando, el pasado 8 de diciembre del 2007, un agricultor que labraba con su tractor un huerto abandonado en Ceutí, situado en el Paraje de Los Troncos, desenterró el cuerpo desmembrado de un varón.
A los guardias les bastó con ponerle una identidad a los restos, y constatar que se trataba de Alfonso Soria Herreros, un supuesto lugarteniente de Pedro El Karateka en sus negocios de prostitución y tráfico de drogas, para sumar dos y dos y llegar a la conclusión de que éste último debía encontrarse tras el crimen.
Tras meses de investigaciones, el sospechoso, que se encontraba cumpliendo condena en la prisión de Albacete por otros delitos, fue detenido y formalmente imputado del asesinato. Ahora, el Ministerio Público acaba de formular escrito de acusación y solicita que se imponga a Pedro S.G. una condena global de 21 años de prisión por delitos de asesinato, tenencia ilícita de armas y contra la Administración de Justicia.
Este último cargo responde a que, supuestamente, El Karateka telefoneó desde prisión a un antiguo colaborador suyo, un hombre de nacionalidad rusa, O.D., para pedirle que intimidara a un testigo clave del asunto. Pedro S.G. tenía en este caso razones sobradas para estar enfadado: quien le delató es un antiguo abogado suyo. Aunque en un principio el letrado fue incluido en un programa de protección de testigos, y se le asignó el nombre clave de Alien, él solito se delató al escapársele en una declaración que había sido su abogado y que estaba presente cuando Pedro cometió presuntamente el crimen.
Un tiro en pleno rostro
El escrito del fiscal no contribuye a mejorar la imagen que se viene difundiendo del procesado. Afirma el Ministerio Público que Pedro, que había tenido «unos problemas económicos» con uno de sus hombres de confianza, Alfonso Soria, lo hizo bajar al garaje de su chalé, le obligó a montarse en una bicicleta estática y le apuntó a la cabeza con una pistola del calibre 9 mm.
«En el momento en que dejes de pedalear, te mataré», le dijo, siempre según el fiscal. Pese a los ruegos de su abogado y de otro de sus hombres, que se encontraban presentes y le rogaban que no lo hiciera, Pedro no habría dudado. Cuando el agotamiento paralizó las piernas de su lugarteniente, una bala le destrozó el rostro.
Corría, bien mediado, el año 2000.
El cuerpo de Alfonso Soria fue desmembrado y enterrado en una finca, propiedad de un amigo de El Karateka. A finales del 2001, los restos fueron exhumados, supuestamente por orden de Pedro, que temía que fueran hallados por las fuerzas de seguridad, y vueltos a inhumar en el paraje de Ceutí en el que, casi siete años más tarde, un tractorista los sacaría de nuevo a la luz.
La mano momificada de Antonio afloró de la tierra como una vid de resecos sarmientos. Parecía clamar justicia.
En unos meses, un tribunal dictará sentencia. Ella determinará si Pedro, El Karateka, es tan malo como lo pintan. O si todo se queda, una vez más, en leyenda.
Tal es la descripción que en ámbitos policiales, judiciales y penitenciarios se hace de Pedro El Karateka, en algunas de cuyas fichas aparece calificado como «extremadamente peligroso». Hay que decir, sin embargo, que buena parte de ello más parece basarse en impresiones personales, o en informaciones sin base suficiente como para ser respaldadas por un tribunal, ya que hasta el momento no figura antecedente penal alguno en su contra por delitos de sangre. Si policías o guardias civiles han intentado antes imputarle algún crimen -la Policía llegó a levantar todo el suelo de su chalé de El Palmar en busca de un cadáver que nunca apareció-, hasta hoy no lo han podido probar.
Con tal grado de consideración hacia su persona, no es de extrañar que los agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil lo situaran como sospechoso número 1 cuando, el pasado 8 de diciembre del 2007, un agricultor que labraba con su tractor un huerto abandonado en Ceutí, situado en el Paraje de Los Troncos, desenterró el cuerpo desmembrado de un varón.
A los guardias les bastó con ponerle una identidad a los restos, y constatar que se trataba de Alfonso Soria Herreros, un supuesto lugarteniente de Pedro El Karateka en sus negocios de prostitución y tráfico de drogas, para sumar dos y dos y llegar a la conclusión de que éste último debía encontrarse tras el crimen.
Tras meses de investigaciones, el sospechoso, que se encontraba cumpliendo condena en la prisión de Albacete por otros delitos, fue detenido y formalmente imputado del asesinato. Ahora, el Ministerio Público acaba de formular escrito de acusación y solicita que se imponga a Pedro S.G. una condena global de 21 años de prisión por delitos de asesinato, tenencia ilícita de armas y contra la Administración de Justicia.
Este último cargo responde a que, supuestamente, El Karateka telefoneó desde prisión a un antiguo colaborador suyo, un hombre de nacionalidad rusa, O.D., para pedirle que intimidara a un testigo clave del asunto. Pedro S.G. tenía en este caso razones sobradas para estar enfadado: quien le delató es un antiguo abogado suyo. Aunque en un principio el letrado fue incluido en un programa de protección de testigos, y se le asignó el nombre clave de Alien, él solito se delató al escapársele en una declaración que había sido su abogado y que estaba presente cuando Pedro cometió presuntamente el crimen.
Un tiro en pleno rostro
El escrito del fiscal no contribuye a mejorar la imagen que se viene difundiendo del procesado. Afirma el Ministerio Público que Pedro, que había tenido «unos problemas económicos» con uno de sus hombres de confianza, Alfonso Soria, lo hizo bajar al garaje de su chalé, le obligó a montarse en una bicicleta estática y le apuntó a la cabeza con una pistola del calibre 9 mm.
«En el momento en que dejes de pedalear, te mataré», le dijo, siempre según el fiscal. Pese a los ruegos de su abogado y de otro de sus hombres, que se encontraban presentes y le rogaban que no lo hiciera, Pedro no habría dudado. Cuando el agotamiento paralizó las piernas de su lugarteniente, una bala le destrozó el rostro.
Corría, bien mediado, el año 2000.
El cuerpo de Alfonso Soria fue desmembrado y enterrado en una finca, propiedad de un amigo de El Karateka. A finales del 2001, los restos fueron exhumados, supuestamente por orden de Pedro, que temía que fueran hallados por las fuerzas de seguridad, y vueltos a inhumar en el paraje de Ceutí en el que, casi siete años más tarde, un tractorista los sacaría de nuevo a la luz.
La mano momificada de Antonio afloró de la tierra como una vid de resecos sarmientos. Parecía clamar justicia.
En unos meses, un tribunal dictará sentencia. Ella determinará si Pedro, El Karateka, es tan malo como lo pintan. O si todo se queda, una vez más, en leyenda.